Como decía Daniel Pennac en su fascinante ensayo Como una novela, "las cosas más hermosas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido. Y un ser querido será el primero a quien hablemos de ellas. Quizá, justamente, porque lo típico del sentimiento, al igual que del deseo de leer, consiste en preferir. Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que preferimos"
Por esto, pienso ahora, esos libros "especiales" que han marcado nuestra vida de lectores son mucho más que un simple texto, incluso más que un mundo de ficción: están ligados indisolublemente a un momento preciso de nuestro pasado, a unas sensaciones e imágenes, y también, a menudo, a las personas queridas que nos condujeron a ellos y con quienes compartimos nuestra experiencia de lectores.
Estas reflexiones surgen hoy a raíz de la muerte de Ana María Matute, algunas de cuyas obras-"Caballito Loco", "Carnavalito" o "El saltamontes verde"-, tan tristes y poéticas al mismo tiempo, probablemente menos recordadas hoy en día de lo que merecen, no son solamente buena Literatura Infantil con mayúsculas (o mejor aún, buena literatura a secas), sino que, es una de esas obras inolvidables que forman ya parte de mi vida. Por eso, no puedo dejar de recordar hoy a la autora, con nostalgia y agradecimiento, por habernos regalado estos cuentos que forman, hoy, parte de mis recuerdos, que están ligados también, y sobre todo, a las personas queridas que compartieron conmigo el mundo oculto entre sus páginas.