Cuando se ha leído una obra que se considera uno de los clásicos de la literatura universal, es difícil escribir sobre ella,
porque el temor a caer en tópicos, repetir lo dicho mil veces o simplemente
realizar un comentario demasiado pobre y trivial nos paraliza fácilmente. Quizás
por esto, no me he animado hasta ahora a hablar de una de esas grandes obras literarias
que he leído por primera vez hace muy poco, Anna
Karenina, de L. Tolstoi.

Curiosamente, aunque es una de las grandes novelas de
adulterio de la literatura realista europea –junto a otras que todos
recordamos- la trama que da nombre a la obra no es realmente –al menos para mí-
la más interesante y atractiva. Junto a la historia de Anna y
Vronksy –presentada como un amor autodestructivo que hace sufrir tanto a los
personajes que lo viven como a quienes los rodean- se desarrollan otras tramas
cuyo elemento común son las relaciones de pareja: la historia de Levin y Kitty –al
parecer de carácter autobiográfico-, la del desgraciado matrimonio de la
hermana de ésta, y algunas más, apenas esbozadas, que ofrecen otros ejemplos de
relaciones, dentro o fuera del matrimonio. De algún modo, todas muestran
diversas situaciones, marcadas por la felicidad o la desdicha, que sirven para
desarrollar implícitamente una reflexión sobre lo que es el matrimonio.

A
diferencia de otras novelas de adulterio de la misma época,
Anna Karenina deja lugar para la
esperanza y no arroja una visión del mundo tan negativa: más allá del trágico
desenlace de la trama adúltera, la de la otra gran pareja protagonista ofrece
la cara de esa cruz: una historia de
amor basada en la sinceridad, la aceptación del otro, la superación de las
dificultades y el perdón, la superación del egoísmo y, sobre todo, en la
firmeza de unos sentimientos que ayudan a los personajes a construir una vida
juntos y a superar los inevitables roces y dificultades de la convivencia, todo
ello desvelado al lector a través del minucioso análisis psicológico de sus
personajes, especialmente de algunos en los que el narrador profundiza con
mayor detenimiento. Además, la novela, como otras del autor, tiene en el fondo un
espíritu cristiano que se percibe no sólo en esta concepción del matrimonio,
sino también en la en la visión del mundo que impregna la historia, así como en
algunos de los temas tratados a lo largo de sus páginas.
Finalmente, el cierre de la novela vuelve a poner en primer lugar la trama de Levin y Kitty, y, curiosamente, parece desdecir la célebre frase que abre este relato, pues al final, me pregunto, qué es esta historia, sino la de una familia que ha logrado encontrar su propio camino para ser feliz...