Se aclama a Bram Stoker como el gran autor de Drácula, pero parece que se le da más importancia a las numerosísimas adaptaciones de la novela y su enorme influencia en el cine que a la propia obra en sí. Si bien es innegable que su influencia es trascendental, la novela por sí misma tiene méritos más que suficientes que hacen que su lectura sea recomendable.
Cuando la leí hace unos dos años, me acerqué a ella con la curiosidad de leer un clásico que ya conocía sobradamente. Había visto hacía muchos años las películas de Bela Lugosi y algunas otras adaptaciones, especialmente, el Drácula de Coppola, en teoría una versión más fiel al original, cuya arrebatada historia de amor imbuida de Romanticismo me encantó en su momento. No me esperaba por lo tanto grandes sorpresas.
Y sin embargo, me sorprendí. Aunque el desarrollo de la historia era ya conocido (tengo que decir que la adaptación de Coppola no es tan fiel; la recuerdo bastante diferente en cuanto a la interpretación de algunos hechos), la obra mantuvo mi interés en todo momento, y la leí con tanta avidez como si no supiera qué iba a pasar. La historia está bien contada y no sólo mantiene el interés, da miedo, verdadero miedo. Por lo menos a mí.
Pero lo que más me gustó de la novela, y el motivo por el que quiero recomendarla, especialmente ahora que los vampiros están tan de moda, es por el personaje de Drácula. Al de Bram Stoker no le veo tanta relación con el héroe romántico magistralmente interpretado por Gary Oldman, y mucho menos con los "vampiros" que corretean por el cine, televisión y literatura actuales. Es un vampiro de los de verdad, de los de las leyendas antiguas y la propia encarnación del mal: irresistiblemente seductor en un principio, pero finalmente horrible y aterrador. El no muerto.